martes, 2 de julio de 2013

Jaume y su informador



Las autoridades le tenían tal rencor, que tras ser ejecutado públicamente en la horca el día 5 de julio de 1824, su cuerpo fue hábilmente descuartizado por su verdugo. Su cabeza, sus manos y sus pies fueron fritos en aceite hirviendo, posteriormente para advertencia a los futuros seguidores su cabeza fue introducida en una jaula y expuesta en la plaza mayor de Crevillente, su pueblo natal. Lo mismo ocurrió con las restantes extremidades, la mano izquierda fue a parar a la esquina de la cárcel de Jumilla y la jaula del pie izquierdo fue expuesta en el camino de Aspe a Elche.
En ese preciso instante el bandolero Jayme Alonso “El Barbudo”, también conocido en esta zona como Jaume “El de la Serra”, dejó de ser un turbio individuo para pasar a ser una verdadera leyenda, confundiéndose con el tiempo los hechos reales con la imaginación popular. El pueblo llano idealizó y ensalzó su figura al ver reflejada en ella todas una cada una de las injusticias de la época.


Jaume "El de la Serra"

Siendo de origen muy humilde se vio obligado a echarse al monte y dedicarse al bandolerismo por una injusticia,  pues cuentan que en 1806, estando vigilando unas viñas en Catral,  sorprendió a un hombre llamado el “Zurdo” que pretendía robar unos racimos uvas. Con él entabla una fuerte discusión que acaba en pelea y matando, como consecuencia, al "Zurdo". Tras este hecho, desconfiando de la  justicia, se echó a la sierra para siempre, dedicándose al robo y a la extorsión de ricos y acaudalados pero también ayudando a los mas pobres y menesterosos.
Jayme Alonso llevaba unas pobladas patillas de pelo negro, por ello se le apelaba "el Barbut", siempre vestido con el típico atuendo valenciano de chaleco de pana, zaragüells cortos y listados, faja de lana, media azul alta, alpargatas con cintas larguísimas, pañuelo oscuro para la cabeza y una manta rayada. Además llevaba consigo otra prenda que le protegía, un rosario que siempre colgaba de su cuello. Era un devoto cristiano, tanto que antes de comenzar cualquier importante operación iba junto con todos sus hombres a cualquier ermita, iglesia o monasterio a rezar por sus almas, donando dinero a frailes y párrocos, entregando cuantiosas cantidades en limosnas,  por lo cual era muy querido y apreciado, si bien también era una forma de intentar arreglar en la tierra las cuentas ante Dios.
Durante la invasión napoleónica de España se convirtió en un patriótico guerrillero destruyendo convoyes franceses, atacando a las tropas e interceptando correos. Pero tras la victoria volvió a su oficio con una sobrecogedora banda de forajidos: Pascualeta, Caga Doblones, el Busá, Furó, Marrana, Bavoset, Manró, el Brosos, y muchos mas. Tenía como territorio un área muy extensa que iba desde la murciana Sierra de la Pila, El Carche, a la Sierra de Crevillente, Elche, la Vega Baja, teniendo como centro y refugio el Hondón de los Frailes, zona que conocía como la palma de su mano, cada cueva, cada casa, cada árbol, por algo fue pastor en Crevillente. Por Torrellano también pasó haciendo de las suyas, parada y fonda.
Lo que le hizo sobrevivir tanto tiempo fue su capacidad organizativa, creando una extensa red de espías y confidentes (entre ellos funcionarios) que le informaban de todo lo que acontecía en su territorio, recibiendo dinero a cambio, pero es que incluso en ocasiones el informante era un pueblo entero, por ello se lo agradecía a todos sus vecinos, como el día de Resurrección de 1821 que distribuyó 20.000 pesos entre los crevillentinos, y se permitía el lujo que pagar los impuestos al menos a cinco pueblos de la zona. Con esa ayuda siempre actuaba de forma segura siendo informado de todo, no sólo de palabra sino con ayuda de señales convenidas de todo tipo, fogatas, rayas en las rocas, coloridos trapos en los árboles, etc...
El gobierno liberal de la época no se podía permitir que gente de esa calaña dominara un territorio, poniendo todos lo medios disponibles para atraparlo, tras denegar su indulto. Eran tiempos de enfrentamiento entre el liberalismo y el absolutismo y el escurridizo Jaime se decanta por éste último bando realista, defendiendo a Fernando VII. Entrar en política fue su gran error. Perseguido y acosado por los alguaciles y las tropas liberales es cuando actúa de forma militar entrando en varias poblaciones dando vítores a favor del rey Fernando, liberando a todos los presos de las cárceles y destruyendo las lápidas constitucionales.
Tras la victoria de Fernando VII como rey absolutista Jaime es indultado con el grado militar de sargento primero, pero en 1824 es llamado al Ayuntamiento de Murcia para recibir órdenes, momento que aprovechan para atraparlo y acusarlo de asesinato. Todo apunta a que los que ahora ostentaban el poder no querían que se les relacionara con gente de esa condición, siendo un aliado molesto que había que eliminar.
No cabe duda de que era un hombre muy inteligente y astuto, pues por mas medios que utilizaron para atraparlo jamás lo pudieron hacer, y fue él quien compareció voluntariamente, siendo todo un fraude, sin duda en su entrega pesó más las ganas de querer vivir decentemente que el recelo a ser engañado.
Varios episodios de su paso por Torrellano han quedado reflejados en la literatura de la época, especialmente en el extenso libro escrito por Francisco de Sales Mayo, publicado en 1868, en el que narra las peripecias de nuestro personaje.
En el libro cuenta que uno de los golpes más atrevidos lo realizó tras la feria del día 15 de agosto en Elche, todos los feriantes alicantinos fueron dejando sus puestos, y con breves intervalos fueron saliendo de la población camino hacia Alicante, cuando "antes de llegar al Portichuelo, donde está el ventorrillo del tio Perico", se veían detenidos y robados uno tras otro, y un poco más allá del ventorrillo los maniataban.
Pero el capitulo que voy a contar muestra muchos aspectos de su forma de actuar y narra como en el mencionado ventorrillo del Portichuelo estaba regentado por un ventero que formaba parte de su red de informadores, y que, por una convenida suma de dinero, le indicaba cualquier posible víctima que estuviera de paso por el lugar o si se encontraban por la zona cuadrillas de alguaciles.
El caso es que nuestro ventero puso en relaciones al ordinario Francisco Candela, un bonachón y comunicativo carretero, que se dedicaba a transportar mercaderías de todo tipo, con nuestro Jaime que se hacía pasar por un amable hombre que se dirigía a la capital para heredar una importantísima suma de dinero.
Cuando Francisco Candela se enteró de ello inmediatamente vio el posible negocio de transportar el dinero de la herencia del desconocido así que le sugirió que era "el ordinario de quien más se vale el comercio por mi exactitud y buen acomodo que doy a los fardos ... con que si tiene que transportar lo que herede ..." "a nadie más que a mi fía el comercio de Alicante las talegas que hay que conducir".
Jaime Alonso al confirmar la buena presa que era tendió las redes: "tráiganos unas buenas magras con tomate, unos huevos fritos, y un jarro de vino". El cómplice ventero se apresuró a servir lo pedido y en especial un vinillo de la tierra que se subía presto a la cabeza.
Comenzó a liar al ordinario Candela que ya tenía los ojos turbios por el espirituoso vinillo:
- No, nadie nos oye, amigo Candela ... ¿qué dice que lleva?...
- Cinco mil duros en onzas y doblillas de oro ... en esa galera que habrá visto a la entrada.
- No, no he reparado,  - dijo con estudiada indiferencia Jaime.
- Y pasado mañana pienso hacer entrega en Murcia, pues haré antes noche en Orihuela.
- ¿Y no tiene miedo a ladrones, señor Candela?
- ¡Miedo! ... No.
- ¿No ha oído hablar de la partida de Jaime el Barbudo?
- Si, parece que en el Estrecho de las Silenetas robó hace un mes a los trajeneros; pero no hizo daño a nadie, y desde entonces acá no se sabe que haya vuelto a salir al camino.
- Sin embargo, sin embargo, bueno es precaverse, señor Candela.
- ¡Oh! ¡oh! aun cuando me salgan alguna vez ladrones ... como no se habían de llevar la galera, no importa que me la registren toda, señor mio.
- Pues, ¿y lo bultos y fardos, señor Candela?
- ¡Ja! ¡ja! -respondió con risa de borracho el carretero-  los llevo de apariencia con habichuelas y arroz, y me sirven para disimular el escondite donde van los sacos de dinero.
- Pero eso no lo debiera decir a nadie, amigo Candela.
- ¡Ah! Ya lo creo; pero Vd. es un amigo ...
- No hay que fiarse ... el mejor amigo la pega ... ¿no bebe, señor Candela? ... vaya otro traguito ...
Francisco Candela recogió tal melopea que se fue a dormir su espirituosa cena momento que aprovecho el Barbudo para montar su jaca siendo las once y recorrió las tres leguas que dista el ventorrillo del Portichol a Crevillente donde llegó a la una, dejó su cabalgadura y desde allí se dirigió hasta el Hondón de los Frailes que dista otras tres leguas, teniendo a las cuatro de la madrugada dispuestos todos sus hombres para entrar en acción.
Se dirigieron al barranco del Cachaf, por donde pasa el camino que va de Elche a Albatera, lugar escogido para el encuentro con el carretero.
A las nueve de la mañana apareció un carretero con su galera saliéndole al paso las bocas de carabina de Manró y Pascualeta.
- Para, o eres muerto -le ordenaron-
Pero se dieron cuenta que no era la victima que esperaban, era otro carretero llamado José Serrano, al que le robaron rápidamente veinte duros.
- ¿Lleva algo más para concluir su viaje?
- Unos pocos reales en cuartos, señor.
- Está bien. No tenga miedo, buen hombre. Retírese con su carro al lado del puentecillo, y aguarde a que le de permiso para proseguir adelante.
Seguidamente aparecieron una familia de ciegos pidiendo limosna, tres hombres, una mujer con un niño y un lazarillo.
- Compadézcanse, buenas gentes de estos pobrecitos ciegos: dos hermanos somos ciegos de nacimiento ... que no lo podemos ganar. La Virgen del Rosario les conserve la vista, hermanitos.
- ¡La Virgen del Rosario! -exclamó el Barbudo- tenéis razón, pobres ciegos, en implorar a la Virgen del Rosario; ella lo puede todo.
Y uno de los mendigos se puso a rezar la Salve.
Jaime se descubrió la cabeza, lo demás bandidos le imitaron.
Les entregó una limosna y los ciegos lanzaron una bendición a Jaime.
Pronto apareció Francisco Candela y le salió al paso el Bandido:
- ¡Oh! ¡Oh! Amigo Candela - le saludó Jaime- ¿como se ha pasado la noche?
- Así, así, señor mio. Me dormí algo bebido ... y he despertado tarde soñando horriblemente... yo le hacía a Vd. camino de Alicante.
- No, amigo Candela; como mi propósito era recoger una herencia, he venido aquí a recogerla.
- ¡Aquí! ... ¿y aquellos diez mil duros de que me hablaba?
- No son diez mil, sino cinco mil, amigo mio.
- ¡Cinco mil! ¡Sólo la mitad! ¡y aquí, y no en Alicante!
- Me parece que va adivinando, amigo Candela... que debe de ver ya claro donde están los cinco mil duros de mi herencia.


Francisco Candela se quedó estupefacto, y pronto Martellé le apuntaba con su pistola el pecho, sugiriéndole amablemente que sacara de la galera los cinco mil duros en onzas y doblillas de oro.
El carretero, apurado, le manifestó a Jaime que los comerciantes de Alicante le habían confiado ese dinero y que creerían que lo habría robado él.
Pero el Bandido perfecto conocedor de la burocracia le dijo que no se apurase, que le haría un recibo para que constataran que no se había guardado nada de dinero, recibo que iría firmado por el mismísimo Jaime el Barbudo.
Pascualeta antes de marcharse, como tenían convenido, dijo en voz alta, para que lo oyeran los dos ordinarios, que la banda se iba a San Felipe Neri a almorzar y que harían noche en San Fulgencio, todo ello con el fin de que cuando los asaltados informaran a las autoridades, estas fueran en su persecución en dirección opuesta a la que realmente fueron.
Y esta ha sido una pequeñísima muestra de su azarosa vida, pero antes de acabar quisiera extraer del mencionado libro un último párrafo que dice: "El hecho no hará honor a nuestra administración ni a nuestra justicia; pero desgraciadamente es un hecho que no fue peculiar sólo a las provincias de Alicante y Murcia, sino general a todas las de la Península. Sería un falso patriotismo querer negar que desde muy antiguo el cáncer que corroe a la sociedad española es la concusión y la venalidad en los funcionarios públicos". Como vemos poco hemos avanzado desde 1868.
Está claro que la figura de Jaime Alonso fue ensalzada más de la cuenta, convirtiéndose en un mito, y con el paso del tiempo seguramente la leyenda poco se parecería a la realidad, pero pienso que las viejas historias algo de verdad encierran cuando ha quedado reconocido de esa manera. Esa es la gran diferencia entre nuestro personaje y otros encorbatados bandoleros, él actuaba como un animal acorralado, por supervivencia, pero también ayudando a los grandes necesitados de la época, y esto nada se parece a aquellos que se enriquecieron de forma vergonzante aprovechando sus cargos públicos, robando sin tener una pizca de moralidad ni saber siquiera que era una limosna. Este es el motivo por el cual Jaume "El de la Serra" pasó a la historia, porque ayudó a los más humildes y por tanto es merecedor de ser recordado mientras se sirven unas magras con tomate, unos huevos fritos y un buen vaso de vino de Hondón de los Frailes.

Juan Francisco Mollá



Publicado en el Llibret de Fiestas de Torrellano de 2013

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